18 de febrero del 2016
Camilo
Luzuriaga, constructor innato de historias …
Por
Nadia Rosero
Un día lunes llego al
Incine a las 10 a. m, un espacio creativo que alberga un sin número de estudiantes
en formación de las carreras de cine y actuación, fotografía y sonido,
animación en Quito. Las puertas están abiertas y miro a la recepcionista
rodeada de papeles, contestando varias llamadas telefónicas, las requeridas en
el trajinar del día a día respondiendo a informaciones requeridas por los estudiantes.
A la izquierda hay una cafetería, una pequeña fuente de agua y espero la llegada de Camilo Luzuriaga, el cineasta ecuatoriano muy querido por todos en la ciudad. Llega enseguida, sereno, tranquilo y muy amigable. Él conserva esa esencia mágica a través de los años del sutil trajinar en el tiempo, de esas experiencias habitadas, siendo auténtico, sencillo, tranquilo, sereno, y muy exigente de rostro relajado, de caminos construidos con fuerza, coraje y valentía en una ciudad difícil y compleja, a veces tan indiferente frente a los procesos artísticos. Subimos varias gradas hasta llegar a una sala de reuniones.
Siempre ha sido una persona dinámica, inquieta con múltiples responsabilidades a la vez en distintas facetas: ahora en el emprendimiento y sostenimiento del Instituto de Formación Cine y Actuación, la consolidación del desarrollo de proyectos internos con los jóvenes y el construir sus proyectos propios, ampliando sus universos imaginarios y convertirlo en imágenes.
A la izquierda hay una cafetería, una pequeña fuente de agua y espero la llegada de Camilo Luzuriaga, el cineasta ecuatoriano muy querido por todos en la ciudad. Llega enseguida, sereno, tranquilo y muy amigable. Él conserva esa esencia mágica a través de los años del sutil trajinar en el tiempo, de esas experiencias habitadas, siendo auténtico, sencillo, tranquilo, sereno, y muy exigente de rostro relajado, de caminos construidos con fuerza, coraje y valentía en una ciudad difícil y compleja, a veces tan indiferente frente a los procesos artísticos. Subimos varias gradas hasta llegar a una sala de reuniones.
Siempre ha sido una persona dinámica, inquieta con múltiples responsabilidades a la vez en distintas facetas: ahora en el emprendimiento y sostenimiento del Instituto de Formación Cine y Actuación, la consolidación del desarrollo de proyectos internos con los jóvenes y el construir sus proyectos propios, ampliando sus universos imaginarios y convertirlo en imágenes.
Conocemos su solidez
artística como cineasta, su camino cruzado como guionista, productor, pedagogo
en constante praxis y su faceta de actor poco conocida en varias películas
relevantes.
Reservado en su vida privada, pero se intuye que lleva con tranquilidad los roles de padre, pareja y abuelo. Su vida personal confluye con la profesional, acompañado por Lissette Cabrera su pareja y su hijo Juan José Luzuriaga. A su vez, es el maestro infatigable que impulsa a sus alumnos y alumnas en el oficio cinematográfico.
Dialogar con Camilo es abordar sus diferentes facetas artísticas. Él es un constructor innato, hacedor de sueños y de espacios de ficción. Conformó el Grupo Cine hace más de diez años (1986.) , recuerdo cómo se levantaron las paredes de la sala de cine Ocho y Medio en Quito, en un lapso de tiempo bastante corto. Se construyeron las oficinas, la primera sala de cine, la cafetería, mientras funcionaban los talleres de formación permanente de verano. Del polvo, los ladrillos se levantaban en paredes enlucidas. Y él caminaba de un lado a otro entablaba conversaciones con los albañiles,
los carpinteros, los cerrajeros, la secretaria, la contadora —con fluida experticia organizativa en los procesos administrativos—, para afinar detalles, mientras planificaba los cronogramas con los docentes y talleristas. Él sabe delegar las actividades y el trabajo para lograr sus sueños y cumplir sus metas.
Por ahí, me contaban que era de esas personas, que diseñaba, construía sus propios muebles de las casas, elegía los colores, decorados e incluso el tipo de madera, con bastante detalle y prolijidad.
Reservado en su vida privada, pero se intuye que lleva con tranquilidad los roles de padre, pareja y abuelo. Su vida personal confluye con la profesional, acompañado por Lissette Cabrera su pareja y su hijo Juan José Luzuriaga. A su vez, es el maestro infatigable que impulsa a sus alumnos y alumnas en el oficio cinematográfico.
Dialogar con Camilo es abordar sus diferentes facetas artísticas. Él es un constructor innato, hacedor de sueños y de espacios de ficción. Conformó el Grupo Cine hace más de diez años (1986.) , recuerdo cómo se levantaron las paredes de la sala de cine Ocho y Medio en Quito, en un lapso de tiempo bastante corto. Se construyeron las oficinas, la primera sala de cine, la cafetería, mientras funcionaban los talleres de formación permanente de verano. Del polvo, los ladrillos se levantaban en paredes enlucidas. Y él caminaba de un lado a otro entablaba conversaciones con los albañiles,
los carpinteros, los cerrajeros, la secretaria, la contadora —con fluida experticia organizativa en los procesos administrativos—, para afinar detalles, mientras planificaba los cronogramas con los docentes y talleristas. Él sabe delegar las actividades y el trabajo para lograr sus sueños y cumplir sus metas.
Por ahí, me contaban que era de esas personas, que diseñaba, construía sus propios muebles de las casas, elegía los colores, decorados e incluso el tipo de madera, con bastante detalle y prolijidad.
Conocer a Camilo es
adentrarse en los aportes relevantes al cine ecuatoriano. Un adelantado a su
tiempo ha asumido retos continuamente, frente a las ausencias o incipiente
presencia del cine en la ciudad. Estos procesos se fueron construyendo a pulso
con personas como él. Fue un pionero en muchos aspectos: en las propuestas
cinematográficas, en la construcción de una escuela de formación en cine, en la
realización continua de productos audiovisuales con sus alumnos, en usar
sistemas de tecnología avanzada, en mejorar los procesos de postproducción
cinematográfica, en la construcción de salas de exhibición, en asumir
coproducciones internacionales, en la formación de talleres continuos involucrando
el desarrollo de la actuación dentro de las escenas. Transitó por varios
formatos cinematográficos, desde lo clásico Super - 8 en el corto documental
“Tierra Cañari” (1977.), el 16mm en “Don Eloy” (1981.), 35 mm en la película
“Entre Marx y una Mujer desnuda” (1996.) y el formato digital en “Cara o Cruz
(2003.), conoce, el tránsito de las diferentes formas y procesos, sus ventajas
y desventajas técnicas, a la hora de enfrentar los distintos proyectos.
Él formó parte de esa generación
en que los fondos de apoyo a la realización de películas eran muy escasos. Y le
apostó a su fuerte convicción de hacer sus películas, develando esa constancia,
inamovible fortaleza y pasión auténtica por su trabajo en la tangible y
continua praxis cinematográfica. Se acostumbró a exigirse y brindar servicios
de alta calidad, en un medio marcado por el descuido en lo referente al fomento
cultural y otros. Por ejemplo, los espacios de exhibición, salas de cine en Quito
nos acostumbraban a una mala calidad continua con películas muy viejas o
demasiado comerciales, que se interrumpían constantemente durante las
proyecciones, por el uso de equipos en mal estado, a su vez negando al público,
el acceso al disfrute de cine arte.
En los talleres de
formación, recuerdo que Camilo nos acompañaba en los rodajes y nos asesoraba mirando
detrás del lente de la cámara o verificando la construcción de la secuencia de
planos para una escena. Previamente, transitábamos en varios ejercicios de
actuación para los rodajes y grabaciones de cortometrajes.
Camilo tiene varias facetas como creador en sus diferentes películas de las primeras proyecciones en barrios de Quito. Recuerdo que mi madre, cuando yo era pequeña, me llevó a ver la proyección Chacón Maravilla (1982), en un recóndito barrio de la ciudad, donde se juntaban varios amigos, artistas y sus hijos; luego, pasaban los respectivos y amigables canelazos para las frías noches quiteñas. Allí, sentir en la película la magia de los zapatitos hablantes y los dibujos de niños que cobran vida y salen de las paredes, un niño dedicado al oficio de lustra botas con una imaginación volátil y despierta, era una experiencia novedosa en esos tiempos. Particularmente, en este corto se muestran personajes del centro de la ciudad, de las contrastantes y abruptas diferencias sociales, que a cualquiera removía el corazón. Chacón Maravilla dialoga con esa disyuntiva constante entre los niños trabajadores de la calle, que limpian zapatos, y las niñas protegidas de familias acomodadas.
El filme muestra las dos caras de una moneda, de una misma realidad. El guion fue escrito en conjunto con Jorge Vivanco y une la vida de los personajes desde la magia y no desde esa precariedad del sufrimiento o angustia de lo real y condiciones de vida, el dolor se libera en la ficción creando nuevos universos propios, y ahí los niños juegan libremente con su imaginación sin fronteras.
En lo visual, se ve reflejada toda una época, la forma de vestir tan particular de los ochenta. Por ejemplo es fascinante la imagen inicial, en donde el grupo de amigos del protagonista camina por las largas calles fumando, mientras bailan al compás de la alegría, antes de aprisionarse en esos núcleos familiares, a veces un tanto opresivos; en ese instante, ellos se muestran más risueños y más libres que nunca en el juego y compañerismo. Los personajes habitan sus propios universos, viven su propia dinámica de juego, y esto, para una nena en esos tiempos, era mirar magia. Llegué a creer que podía dibujar algunas formas en el aire y hacer aparecer personas era mágico... La película me hacía reír mucho y ponerme bastante triste en algunos momentos. Evidentemente, invitaba a los adultos a reflexionar sobre los crímenes sociales de injusticia en los espacios urbanos Quiteños.
Camilo tiene varias facetas como creador en sus diferentes películas de las primeras proyecciones en barrios de Quito. Recuerdo que mi madre, cuando yo era pequeña, me llevó a ver la proyección Chacón Maravilla (1982), en un recóndito barrio de la ciudad, donde se juntaban varios amigos, artistas y sus hijos; luego, pasaban los respectivos y amigables canelazos para las frías noches quiteñas. Allí, sentir en la película la magia de los zapatitos hablantes y los dibujos de niños que cobran vida y salen de las paredes, un niño dedicado al oficio de lustra botas con una imaginación volátil y despierta, era una experiencia novedosa en esos tiempos. Particularmente, en este corto se muestran personajes del centro de la ciudad, de las contrastantes y abruptas diferencias sociales, que a cualquiera removía el corazón. Chacón Maravilla dialoga con esa disyuntiva constante entre los niños trabajadores de la calle, que limpian zapatos, y las niñas protegidas de familias acomodadas.
El filme muestra las dos caras de una moneda, de una misma realidad. El guion fue escrito en conjunto con Jorge Vivanco y une la vida de los personajes desde la magia y no desde esa precariedad del sufrimiento o angustia de lo real y condiciones de vida, el dolor se libera en la ficción creando nuevos universos propios, y ahí los niños juegan libremente con su imaginación sin fronteras.
En lo visual, se ve reflejada toda una época, la forma de vestir tan particular de los ochenta. Por ejemplo es fascinante la imagen inicial, en donde el grupo de amigos del protagonista camina por las largas calles fumando, mientras bailan al compás de la alegría, antes de aprisionarse en esos núcleos familiares, a veces un tanto opresivos; en ese instante, ellos se muestran más risueños y más libres que nunca en el juego y compañerismo. Los personajes habitan sus propios universos, viven su propia dinámica de juego, y esto, para una nena en esos tiempos, era mirar magia. Llegué a creer que podía dibujar algunas formas en el aire y hacer aparecer personas era mágico... La película me hacía reír mucho y ponerme bastante triste en algunos momentos. Evidentemente, invitaba a los adultos a reflexionar sobre los crímenes sociales de injusticia en los espacios urbanos Quiteños.
Las películas de Camilo
Luzuriaga son un referente nacional, y él transita con un proyecto en curso o
en mano, o con miras a otro en el futuro cercano. Sus ideas movilizan a gran
parte de los citadinos quiteños es lo que extraño mucho. Se escuchaba: «El
Camilo está haciendo su película…», y todos, en alguna medida, queríamos estar
en ella o participar. Sin duda alguna es la inspiración de otros cineastas, que
se movilizaron y motivaron a hacer sus películas. Un corredor de autopista, un corredor
permanente de riesgos.
En 1996, presentó la
película Entre Marx y una mujer desnuda,
basada en la novela de Jorge Enrique Adoum, recientemente el libro cumplió 40
años, desde su primera publicación en 1976. La película devela, el pensamiento
revolucionario liberal de los años 70`s con una estética polémica y difícil a
una idiosincrasia quiteña. Años más tarde, Camilo Luzuriaga asumió la
producción local de un rodaje internacional gigantesco; y ésto en la ciudad no era frecuente y demandaban una amplia participación de personal en todas las
áreas. Con un gran elenco de actores e invitados, entre los cuales estaban Meg
Ryan, Rusell Crowe y Helen Mirren, se filmaba Prueba de vida (2000) en Quito del director Taylor Hackford.
Y en los múltiples talleres de formación en cine en la clase de apreciación cinematográfica, nadie se iba sin conocer y enamorarse del decálogo Krzysztof Kieślowski y la fascinante trilogía Red, White y Blue, con sus bellas bandas sonoras. Tiempo después, pude compartir un poquito en el rodaje de Cara o cruz (2003), una película más intimista. Ahora estamos a las puertas del 2016, no sé cómo, ni cuándo pasaron tantos años. Pero hay una huella y cruce de experiencias artísticas y diversas generadas en el tiempo y que nos hicieron emocionar y partícipes de los sueños, historias, barrancos, las disputas; en fin, de la ironía de la vida y sus conflictos en los universos ficcionales íntimos en diálogo permanente con lo real.
Ese día en concreto llegar Camilo
se comunica con varias personas de la recepción del Incine. Me saluda
amigablemente resuelve unos pendientes, regresa y sube las gradas conmigo y
resuelve algunos pendientes; entabla una que otra conversación con sus alumnos
sobre sus trabajos respectivos. El peso y el sonido de sus zapatos es de
particular firmeza, marcan la huella de lo vivido. En ese preciso instante,
tenía un encargo para su hijo Juan José, entonces lo acompañé a buscarlo a sus
clases de sonido. Camilo abrió una puerta y encontramos a su hijo, ya un
adulto Padre enseñando a sus alumnos. Ahí entramos de improviso, y me quedé un
rato, con las imágenes de una pantalla de una película western. Juan José hacía
pausas a las imágenes para explicar acerca de las capas de sonido incidental,
de cómo los personajes eran más mágicos sin sonido, con un sentido marcado
hacia lo etéreo; y al contrario, al añadirle distintas sonoridades, los personajes se volvían más terrenales, de carne y hueso. Se
siente en el aire, un afecto paternal silencioso, pues Camilo parecería muy
pendiente de su familia y su hijo desde lejos, sin que él apenas lo advierta.
Después, él se instaló en
una sala de reuniones, donde no hay muchos objetos, solo varias sillas. Él
revisa su computadora por momentos y, finalmente, llega el momento de conversar
un poco, de intentar acercarse a las rendijas del alma, un tanto intangibles,
develadas en las palabras. Las memorias salen a flote en el ejercicio de
transitar su propia historia. Le hago unas preguntas y él me responde amigablemente.
Me cuenta de cuando era un muchacho y hacía foto fija y un poco de teatro. Aún
no tenía idea de que sería cineasta. Él proyectaba películas en la época de la
revolución para sindicatos campesinos, en un ámbito alternativo. El cine devino
por casualidad, cuando un amigo le prestó una cámara para registrar un evento
de acción social. Participó en un concurso organizado por Freddy Ehlers, junto
a Polo Barriga, Gustavo Guayasamín y Pocho Álvarez. Surgió, de ahí, la
necesidad de hermanarse y hacer cine juntos. Liderados por Gustavo, se creó
Asocine en el año 1977. Entonces, decidió dejar el teatro e invirtió ocho años en
su formación para la praxis cinematográfica. Oficialmente, hizo su primera
película, Don el Eloy, en 1981. Cuatro
películas forman parte de su cinematografía como realizador: Entre Marx y una mujer desnuda, La Tigra, Mientras llega el día, con el desarrollo de guiones adaptando
algunos cuentos y novelas de varios autores ecuatorianos, y Cara o Cruz, que está ligada más a una
experiencia personal de vida, una película más íntima. Esta última contó con 5000 espectadores, un
número menor comparado a la asistencia que tuvieron las otras. Para él, muchas
películas norteamericanas se basan en obras de literatura, pero mención que siempre
debe haber un amplio acopio de investigación previo indispensable sobre la
mismas. Cine y literatura lenguajes con sus propias particularidades se cruzan,
cuando el guionista traduce una obra literaria y motivarse a llevarlo al campo
visual, conservando su trama o libremente realizando una versión nueva en torno
al material.
La
Tigra (1990), que muestra una conexión con la cultura
popular montubia, traslada a la pantalla el cuento de José de la Cuadra, autor
de Los Sangurimas. Mientras llega el día (2004), por su
parte, se basa en la novela de Juan Valdano que lleva el mismo nombre. En
Camilo, aparecen una preocupación y un interés constantes por lo Nacional, no
solo como homenaje a las letras ecuatorianas, sino para develar una identidad y cultura popular como reconocimiento a la diversidad e interculturalidad ecuatoriana. Camilo se refiere a Entre
Marx y una mujer desnuda como una película polisémica, de poética visual,
poética en la palabra, poética en lo sonoro basada en la novela de Jorge
Enrique Adoum. Describe la escena del Poeta antes de su suicidio en las vías
del tren, cuando lee Los heraldos negros de César Vallejo. La
secuencia finaliza con el abandono de Marga María, esposa de Gálvez, mientras culmina
la lectura del poema. Acá el poema de Vallejo, que evoca la presencia de los fantasmas, que revolotean con los vivos.
Los heraldos negros
César Vallejo.
Los heraldos negros
César Vallejo.
Hay golpes en la vida, tan fuertes... ¡Yo no sé!
Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,
la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma... ¡Yo no sé!
Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,
la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma... ¡Yo no sé!
Son pocos; pero son... Abren zanjas oscuras
en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.
Serán tal vez los potros de bárbaros Atilas;
o los heraldos negros que nos manda la Muerte.
en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.
Serán tal vez los potros de bárbaros Atilas;
o los heraldos negros que nos manda la Muerte.
Son las caídas hondas de los Cristos del alma
de alguna fe adorable que el Destino blasfema.
Esos golpes sangrientos son las crepitaciones
de algún pan que en la puerta del horno se nos quema.
de alguna fe adorable que el Destino blasfema.
Esos golpes sangrientos son las crepitaciones
de algún pan que en la puerta del horno se nos quema.
Y el hombre... Pobre... ¡pobre! Vuelve los ojos,
como
cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;
vuelve los ojos locos, y todo lo vivido
se empoza, como charco de culpa, en la mirada.
cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;
vuelve los ojos locos, y todo lo vivido
se empoza, como charco de culpa, en la mirada.
Hay golpes en la vida, tan fuertes... ¡Yo no sé!
Me cuenta un poco sobre la Tigra y cómo en ella se devela el arquetipo
de la hembra dominadora de los hombres en la cultura montubia. La combinación
del folk, el folk de Spike Lee,
y la sabiduría de un pueblo hizo que la película sea tan popular. El filme tiene
también rasgos indigenistas, pues refleja las costumbres y los hábitos de una
sociedad, la interculturalidad, el reconocimiento y la valoración de la cultura
montubia, donde la clase media urbana ninguneaba la manifestación de otras
identidades culturales con un predominante racismo. Luzuriaga lleva
extraordinariamente esa brillantez de la literatura nacional al lenguaje
visual.
El cuento construye una bella fantasía poética. Las tres hermanas Miranda viven en una hacienda ubicada en la costa ecuatoriana: Francisca, apodada «La Tigra» por su carácter temerario e indomable, Julia y Sara. La Tigra es una Mujer Indómita, que no teme a los hombres y le gusta dominarlos; es de armas tomar y le gusta dar el tiro certero en el blanco; se sube a los caballos y protege a sus hermanas de cualquiera como una fiera. Ella escoge a los hombres que van a su lecho y los despierta a tiros en la mañana. Cuando los asaltantes visitan su casa, no duda en salvar a sus hermanas y asesinar a los cinco hombres; también llora como una niña por dos de sus amantes. Aparecen siete hombres muertos en su casa el mismo día y Francisca viste delicadamente a dos de ellos. La gendarmería le visita para interrogarla y ella sabe defenderse como una verdadera tigresa. Luego, protege a su hermana Julia de un pretendiente tuerto, al cual prácticamente le esclavizan y lo alimentan dulcemente; en las noches es prisionero del lecho de las dos mujeres, hasta que él decide abandonarlas. La Tigra se deja seducir por un gringo extranjero, quien le deja su bello clarinete y le promete volver algún día.
En las noches montubias, hay canto, alcohol, guitarras y hasta un clarinete. No podía faltar el brujo de esas tierras, que advertía a las hermanas sobre mantener la virginidad de la más pequeña Sara para alejar cualquier mal de la casa. Mientras tanto, llegan las cartas del año 1935, en la cuales siguen las denuncias sobre gendarmes y caballos mal heridos, que osaban cruzarse por la hacienda de las hermanas Miranda. La Tigra es un cuento donde el léxico montubio aparece con sonoras palabras y la brillante fantasía de José de la Cuadra se plasma en el lenguaje cinematográfico construido por Camilo Luzuriaga, quien hace un homenaje a la literatura ecuatoriana, a la cultura montubia ausente en el cine, a la belleza y la presencia femenina en el cine y a la presencia de una cultura extranjera —con clarinete en mano y marcado acento gringo—.
El cuento construye una bella fantasía poética. Las tres hermanas Miranda viven en una hacienda ubicada en la costa ecuatoriana: Francisca, apodada «La Tigra» por su carácter temerario e indomable, Julia y Sara. La Tigra es una Mujer Indómita, que no teme a los hombres y le gusta dominarlos; es de armas tomar y le gusta dar el tiro certero en el blanco; se sube a los caballos y protege a sus hermanas de cualquiera como una fiera. Ella escoge a los hombres que van a su lecho y los despierta a tiros en la mañana. Cuando los asaltantes visitan su casa, no duda en salvar a sus hermanas y asesinar a los cinco hombres; también llora como una niña por dos de sus amantes. Aparecen siete hombres muertos en su casa el mismo día y Francisca viste delicadamente a dos de ellos. La gendarmería le visita para interrogarla y ella sabe defenderse como una verdadera tigresa. Luego, protege a su hermana Julia de un pretendiente tuerto, al cual prácticamente le esclavizan y lo alimentan dulcemente; en las noches es prisionero del lecho de las dos mujeres, hasta que él decide abandonarlas. La Tigra se deja seducir por un gringo extranjero, quien le deja su bello clarinete y le promete volver algún día.
En las noches montubias, hay canto, alcohol, guitarras y hasta un clarinete. No podía faltar el brujo de esas tierras, que advertía a las hermanas sobre mantener la virginidad de la más pequeña Sara para alejar cualquier mal de la casa. Mientras tanto, llegan las cartas del año 1935, en la cuales siguen las denuncias sobre gendarmes y caballos mal heridos, que osaban cruzarse por la hacienda de las hermanas Miranda. La Tigra es un cuento donde el léxico montubio aparece con sonoras palabras y la brillante fantasía de José de la Cuadra se plasma en el lenguaje cinematográfico construido por Camilo Luzuriaga, quien hace un homenaje a la literatura ecuatoriana, a la cultura montubia ausente en el cine, a la belleza y la presencia femenina en el cine y a la presencia de una cultura extranjera —con clarinete en mano y marcado acento gringo—.
Algunos referentes literarios importantes en la vida de Camilo abarcan varios autores
nacionales de la década del treinta, el llamado Grupo de Guayaquil: José de
la Cuadra, Demetrio Aguilera Malta, Enrique Gil Gilbert, Alberto Ortiz y Ángel
Felicísimo Rojas; también Pedro Jorge Vera, perteneciente a la corriente del realismo
social en el tratamiento de la cultura montubia y serrana, y otros grandes
autores representativos como Pablo Palacio, Joaquín Gallegos Lara, Alfredo
Pareja Diezcanseco, Jorge Icaza, César Dávila Andrade, entre otros.
Respecto al cine, é admira a Tomás Gutiérrez Alea, director de Memorias
del Subdesarrollo de la década del sesenta, y Leopoldo Torres Nilson,
cineasta argentino de una prolífera producción cinematográfica de los años cuarenta
y setenta, y el inabarcable Krzysztof Kieślowski, por su impronta,
transparencia y modestia en el cine, donde el autor se vuelve imperceptible y
la materialidad cinematográfica habla por sí misma. Camilo es consecuente con
esa idea y dice que el cineasta en Quito, conserva una idea parroquial y arcaica
en torno a su oficio, al quedarse con el gran mito, de la existencia de una obra sacrosanta, pulida en alguna lápida de la posteridad en el homenaje a la obra cumbre del cineasta. El gran cine, dice, se gesta
justamente por realizadores anónimos, quienes hacen las mejores películas del
mundo. Y afirma que, antes de triunfar en Europa, los cineastas deben
conquistar primero a los públicos nacionales.
Advierte que uno de los problemas del cine y la televisión actuales es que son medios que carecen de un espíritu más corporativista. El cine no se hace solo y Camilo plantea la necesidad de crear células de un empresariado cooperativo, dentro de un modelo capitalista, en el sentido de aunar fuerzas y recursos para producir películas. Un buen ejemplo es Touché Films afirma, donde se gesta la idea de cooperación y trabajo en conjunto desde una empresa. Aún hay resistencia a la formación de empresas, en ese sentido, dice Camilo, «seguimos siendo culturalmente católicos». «Se trabaja para el ego y no para el público y soñamos con el reconocimiento Europeo, Méxicano y Argentino, cercano más a lo Europeo, culturas de una tradición muy ilustrada».
Advierte que uno de los problemas del cine y la televisión actuales es que son medios que carecen de un espíritu más corporativista. El cine no se hace solo y Camilo plantea la necesidad de crear células de un empresariado cooperativo, dentro de un modelo capitalista, en el sentido de aunar fuerzas y recursos para producir películas. Un buen ejemplo es Touché Films afirma, donde se gesta la idea de cooperación y trabajo en conjunto desde una empresa. Aún hay resistencia a la formación de empresas, en ese sentido, dice Camilo, «seguimos siendo culturalmente católicos». «Se trabaja para el ego y no para el público y soñamos con el reconocimiento Europeo, Méxicano y Argentino, cercano más a lo Europeo, culturas de una tradición muy ilustrada».
El éxito de Enchufe TV es haberse declarado quiteño,
sin pensar en reconocimientos Internacionales, los cuales vinieron luego por
añadidura, como el Streaming Awards 2014, en la industria norteamericana. Ocupa
el número cuarenta y tres como producto mundial y el número uno en producción
de contenidos dramáticos, así ha conquistado ampliamente a los públicos
nacionales.
La coproducción no se sustenta con escasos financiamientos, por eso es necesario sentarse a la mesa y hablar sobre la capacidad de convocatoria del público nacional y la región latinoamericana de un proyecto cinematográfico. Enchufe TV se transmite en la televisión nacional y, ahora, fue contratado por Netflix, una plataforma de series en línea. Cuando eran estudiantes, sus creadores trabajaron un año gratis en colaboración permanente, lo que permitió generar el proyecto. El concepto de trabajo colaborativo es la base de esta industria y es fundamental trabajar para el público nacional.
La coproducción no se sustenta con escasos financiamientos, por eso es necesario sentarse a la mesa y hablar sobre la capacidad de convocatoria del público nacional y la región latinoamericana de un proyecto cinematográfico. Enchufe TV se transmite en la televisión nacional y, ahora, fue contratado por Netflix, una plataforma de series en línea. Cuando eran estudiantes, sus creadores trabajaron un año gratis en colaboración permanente, lo que permitió generar el proyecto. El concepto de trabajo colaborativo es la base de esta industria y es fundamental trabajar para el público nacional.
Sobre la actuación en el cine, Camilo Luzuriaga dice que, en el cine norteamericano, el proceso está más asumido y entendido, al igual que en el cine inglés. Por ejemplo, la última película de Alejandro Iñárritu, El Renacido, se sostiene en la flamante actuación de Leonardo DiCaprio, de los soldados y del jefe de la guardia; todos asumen características de sus personajes y forman una orquesta sinfónica, que marcha al compás de la película. El director no le tiene miedo al actor, trabaja a fondo con sus actores.
En Quito con Charo Francés y Christoph Baumann, se profundiza el campo de la actuación. Pero, en general, se ha asumido un trabajo arcaico, con la idea de representación en una escena, modelos de los siglos XVI y XVII. No obstante, queda por hacer el tránsito de la representación —imitación— a la presentación —estar presente—. «La actuación es la vida misma», enfatiza Camilo. Los actores son vivenciales y aún se desconoce el trabajo actoral como cultura y sus procesos relacionados. La mayoría de directores considera que los actores no están preparados o que aquellos de escuelas teatro se ponen nerviosos frente a una cámara… Y la verdad es que seguir formando actores exclusivamente para el teatro es un modelo arcaico. Se necesita una formación de teatreros vinculados al cine y al video, para expandir el campo de la actuación.
Ahora mismo, Camilo Luzuriaga busca cómo combinar y buscar más tiempo para gestar nuevos proyectos, entre los cuales está la producción de largometrajes y de una novela por capítulos.
Él se prepara para una reunión importante a las 4 pm. Entonces, parto alegre tras haber removido memorias fílmicas, pensar en autores nacionales, un espacio para hablar de la transformación de ideas, sueños en imágenes y películas reales, que develan nuestro contexto e idiosincrasia.
Un día que dialoga con Camilo Luzuriaga sobre cine, literatura, las peripecias y la realidad cultural de la ciudad, desde una lógica constante de voluntad, deseo, convicciones profundas bajo una continua praxis en el complejo oficio artístico de construir el Cine Nacional, a través de una identidad visual propia referido a nuestro propio contexto.
Cuando las cosas están bien hechas, hablan por sí solas…En todo caso, un bello día...
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