jueves, 29 de octubre de 2015

CRUCE CULTURAL DE LA MEMORIA…

Proyecto Memorias de un Viaje. Foto. Nadia. R 

Últimamente habito en un cruce cultural atravesado por las vivencias entre dos ciudades tremendamente queridas  Buenos Aires y Quito de una extraña manera. El pasado se exterioriza de forma continua en el presente. Ahora, mis referencias artísticas son una suerte de pluriculturalidad sistémica internacional bien querida y bien amada.
Las personas, que viven en Buenos Aires forman parte de mi presente, aunque estén lejos. Habito, entre éstos dos universos paralelos, pendidos de ese hilo de creatividad movilizadora e inspiradora. Me siento, en esa delgada línea imaginaria de  la Mitad del Mundo atravesada por una suerte de energías creativas expandidas, entre las dos ciudades muy queridas. Estoy en esa línea imaginaria, en ese cruce cultural,  conectando presente y pasado, o del actual presente antes de convertirse un segundo después en pasado inmediato.
Me construye, la diversidad, la pluriculturalidad citadina, de mis llamados universos paralelos citadinos…

Años atrás, había realizado fotografías sobre la ciudad de Buenos Aires en el proyecto en construcción  Memorias de un viaje, mirarlas luego de un tiempo, atrae esos recuerdos como imanes perpetuos, en esa extraña  reconstrucción de la remembranza. Es difícil, determinar la distancia entre el espacio- tiempo de una fotografía y de cómo se construyen la percepción de los recuerdos. ¿Qué guardamos, qué dejamos fuera? ¿Cómo nos trasladamos simultáneamente al pasado, al percibir simultáneamente dicha  imagen?
Será, un intento fallido empeñarse en comprender, lo que la ciencia podría delimitar acertadamente, sobre esos factores que intervienen en el reconocimiento
de lo observado y la rápidez con que atravesamos las puertas hacia el pasado.
Es una suerte de armar recuerdos, guardarlos y rememorar la  suave presencia del instante. De esa imagen, salen los seres, que habitaron un espacio temporalde antaño.
Percibo, la vida en imágenes, lo mismo me sucede con el sonido, se me posibilitan, las grabaciones de sinfonías sonoras y fotográficas invisibles de forma continua.
Cada segundo, construye el devenir en el tiempo en esa circulación de imágenes.
En mí, surge la extrañeza particular, la sensación de revivirme en dichos contextos y evocar en el tiempo ese pasado inmediato, una suspensión paulatina, del ayer en el ahora. Testimoniar, las huellas de ese pasado, percibir con extrañeza, las cosas de aquel tiempo. Cada una, guardando  remembranzas de un pasado indefinido.
Esa sensación es similar, a cuando visitas las casas de las abuelas, te muestran el álbum antiguo de fotografías familiares. Las de nuestros padres, nuestros abuelos, nuestros tatarabuelos. Una fotografía de una joven de facciones delgadas, muy  esbelta, antes de acoger el nombre cariñoso de “abuela” asumido por la aparición de las nietas. Las fotos se tiñen de una coloratura, un olor a añejo, tamizado esos recuerdos. Miras a la abuela en esas fotos impregnadas de pasado, con esa inalienable complicidad, conectada en el estallido de su memoria involuntaria, haciéndo referencia a una época brillante, lustrosa y vital.  Seguramente, mi abuela evoca las huellas de su memoria rápidamente.
Por ahí, tengo guardada, una foto de chica en la casa de mi abuela materna, una niña rodeada de amiguitos, rompiendo la piñata en el día de mi cumpleaños. Me tapan los ojos con un pañuelito,
para darle de escobazos a la piñata, girando en círculos jugando a la gallinita ciega, percibiendo a la piñata.
Está se rompen, los invitados corren a recoger las sorpresas del piso. Mi madre se preocupa, de que los los niños reciban de forma proporcional los dulces y los juguetes.
Cuando creces, las fotos varian por épocas, las fotos del colegio en los paseos de fin de año, las visitas a los museos, las fotos con los novios, las de los eventos artísticos,
la de los viajes, las de los momentos familiares, las fotos artísticas. Un círculo de vivencias familiares continuadas. Una suerte de reflejos en las imágenes,  a través de las presencias.

Mi abuela materna es un reflejo, supongo de las nietas en el  futuro. Percibo, en ella, una especie de reflejo de su pasado, por las vivencias por las cuales transitó, vivió, nos contó.

Entre, las mujeres siempre se arma, un vínculo fuerte de complicidades, vamos de la risa al llanto con enorme facilidad, siendo partícipes de situaciones graciosas, irónicas. Construyendo un lazo indisoluble de bellos instantes… Y la fotos se vuelven huellas de nuestras propias memorias vivenciadas, sin ordenamiento lógico, al contrario son de caracter fragmentario.
Traviesos reflejos generacionales vivenciando realidades,
creando memorias...  
De las huella de los recuerdos personales y la fotografía puede trasladarse a testimoniar realidades, documentar huellas de presencias colectivas.
En estos tiempos estamos atravesados, por una suerte de álbum fotográfico colectivo sobre el mundo entero, con millones de imágenes simultáneas. Nuestras referencias, se amplían más allá de nuestros universos y contextos culturales. 
En mí flotan memorias de  personas, memorias de  ciudades,  la memorias genética y cultural...Hay tantas cosas que nos construyen y nos atraviesan de forma simultánea…
 
Nuestra memoria involuntaria estalla por segundos, al evocar esos recuerdos vivenciados
al observar y revivir la complicidad oculta detrás de una fotografía...
 


domingo, 18 de octubre de 2015

UN DOMINGO DE LLUVIA…



De esas tardes distintas donde no hay sol y llueve fuerte, el agua titila constante, el agua lava las veredas, lava las calles, lava las heridas de las familias, la lluvia cura, la lluvia provee de energía a este Quito contradictorio, lleno de capas distintas. La ciudad se limpia de cualquier mal karma, las calles acarrean cualquier dolencia y  basura innecesaria. Estoy en casa, llueve fuerte, tal vez alguien, camina a la intemperie y la lluvia le envolvió con su presencia. Le mojó primero los pies, las medias, la camiseta, el cabello, no había sombrilla a la mano.
La lluvia arremete con fuerza, cae con vehemente vigor, queriendo traspasar la vereda de concreto, deseando partir las fauces de la tierra, llegar a la primigenia tierra, ausentarse de la superficie y trasladarse a la tierra fresca enmancipada del cemento… En ese extravío, el cielo sopla gotas de distintas dimensiones y construye una melodía, una ola del mar en la cual se sumergen arrecifes invisibles y las piedras se van al fondo.  
Lo árboles se mojan, al fin se bañan, esperan la llegada del agua, en medio de esos horrible cables eléctricos citadinos, de lunes a viernes toman  suaves baños de sol, no es propicio vivir con el sonido de los autos a los lados, sus raíces quebrantan las aceras y tienen esa sútil capacidad de alegranos los días, dejan de ser árboles secos, sus bellas hojas humedecen, respiran el agua
y se refriegan en gotas de suavidad.… La lluvia prevalece, estalla en atisbos, una marea de agua sube y baja del cielo.
Desde, mi ventana se escucha la oleada de lluvia, aparecen rayos  de vez en cuando, el estrépito recuerda a cuando eras chica  y te escondías en las cobijas. A veces, caen rayos muy fuertes, y otros más leves. ¿Qué pasará, en el cielo con el cruce de rayos? Una discusión posible, el cruce de energías innecesarias, un cortocircuito imprevisto…
La oleada de lluvia prosigue, el sonido obliga a buscar refugio, la casa nos protege de esas tempestades naturales y cualquier espanto de mal de ojo. 

Se escucha con mayor frecuencia  los sonidos de los pitos, el sonido de las llantas  chapotea en  los resquicios del agua. ¡Que haríamos sin ti!  Lluvia hermosa y necesaria. Nos lavas sanamente las calles y las penas del barrio. Se escuchan los chasquidos del agua sobre el piso, el exabrupto de energía disminuye, los parabrisas de los autos se limpian…Se oye, la alarma insoportable de un vehículo, arden los oídos,  se silencia. Se escucha, el sonido de una moto, otro auto, otra vez, la alarma del primer auto. El dueño saca su llave, aplasta el botón rojo, un perro ladra. De a poco la lluvia es garúa.
 

Se escucha un largo silencio, los vecinos duermen la siesta dominguera, refugiados en sus casas, en el suave calor de su hogar, alargando las horas del suave domingo, aquietando las revueltas de los lunes… La lluvia favorece y enciende el calor hogareño. Los vecinos conducen sus automóviles y paran en la tiendas a abastecerse del pan de la tarde, otros regresan del paseo familiar al suave refugio, los frecuentes buses ronronean un poco... Será, que las sirenas  de cabello largo se posan en los filos de las nubes, desde ahí soplan agua a la ciudad, a falta de barcos, aparecen muchos autos, a falta de piratas y bucaneros salen oficinistas en sus trajes domingueros o viajantes llevan sus bicis adosadas en la parte posterior del vehículo.

De a poco, la lluvia se despide y esconde detrás de las nubes.

Un silencio prolongado y la lluvia vuelven a parecer, como si le quedaran pendientes inconclusos. Otra vez, cae con fuerza, se escuchan los pitos, la gente quiere llegar más rápido a casa, alguien guarece en un techito, sintiendo el frio cercano, esperando la amabilidad de los conductores en esa utopía de apostarle, a que no inunden a los transeúntes.


La  lluvia viene  por los pendientes,  dice otra vez que viene a limpiar la ciudad con sus gotas gruesas, las sirenas deciden sacar más agua de las nubes, dejando más limpio el cielo. Cómplices decidieron desempolvarlo, dejarlo libre de smock y bañarnos con la sabia naturaleza citadina.
Los sonidos se repiten, ahora pasan los transeúntes con abrigos. 
Si estuviera en alguna de esas motos estaría empapada seguramente…
Las lluvias anudan los  momentos para el  té o café caliente…
La gota de agua se sujeta y rebota en los techos. Se escucha, una resonancia ligera, no es lo mismo el estallido sobre la calle, tampoco, si se queda agarrada del filo de una cornisa. Las gotas resuenan y estallan en los ligeros metales con ecos presurosos.
Caen las gotas, caen los cielos, cae la lluvia flotando ligera.
Me dice, ahora me voy,  y caprichosa vuelva a aparecer. 

Ahora se hace un silencio,  susurros y  presencias…
Pack, pack…pack, pack….
Pack, pack, pack….
Pack….
Los autos son como los propietarios, unos pasan haciendo tremendo ruido, otros son más leves como las gaviotas, otros están con acelere, otras más nostálgicos y van despacio…

En fin en este Quito multicolor luego de una tardecita de lluvia fresca para el alma, un bálsamo de tranquilidad, cuando llueve la gente se pone más atenta, los vidrios se empañan, las plumas mueven las gotitas, que empañan los parabrisas…
A veces, la ciudad se despabila con un enorme rayo…
Este es un día domingo, de esos que una no quiere que acaben….
La lluvia se oculta...
Trinan y trinan los bellos pájaros afuera de las ventana,
¿Qué dirán? Salen a hablar en polifonías, argumentando sus planes de vuelos, contando anécdotas, hacen su parada preguntando a las sirenas si van a dejar de jugar…
Esperando, tal vez se  sequen sus alas…Los pajaritos trinan melodías, esperando que el cielo se limpie y se despeje para los futuros vuelos...
Se escuchan los ladridos de los perros, el pito prolongado de otro auto, los vecinos de espaldas encorvadas, manos en los bolsillos, chompas para el frio llevan a sus perros a pasear, los domingos son también destinados a los paseos perrunos…

Los vecinos se saludan, se cuentan cosas, igual que los pájaros, se reconocen sus mascotas y ladran, luego se dirigen a refugiarse en sus casas.
Pasa, un tiempo prudencial y otra vez vuelve a  llover como el principio...
Anochece de a poco...





domingo, 4 de octubre de 2015

AL GRAN MAESTRO EDUARDO PAVLOVSKY


Anestesia para el dolor de las ausencias...
En la luz, al cerrar los ojos, el vacío, el silencio. He mirado todas las entrevistas posibles de Tato Pavlovsky el día 04 de octubre como un acto fallido sobre la lejanía, de esa irrevocable ansiedad de negarse a la ausencia, esa necesidad de revivir los recuerdos con esas entrevistas pregrabadas para escuchar, una voz como aliciente. Cuando observamos fotografías de relevantes autores, dramaturgos de otros tiempos, los admiramos, idolatramos por su contribución al mundo, pero cuando habitamos en el presente actual y esa ausencias de quien conocemos se presentan, inevitable es temblar,
percibir un profundo sentimiento de dolor…
Es así, cuando nuestros héroes de carne y hueso se alejan de esta tierra, luego de brindarnos la vibración más alta de la vida, la que alienta, la que inspira, la que seduce, la que empuja, la que lleva al ingenio, la que crea lo sólido y auténtico. Eduardo Pavlovsky es un árbol de tronco grueso, inamovible, sus raíces son tan profundas, aletean en el fondo de la tierra. En la superficie sus brazos, revolotean en ramas para tocar las nubes.
Es así, lo siento, como un hombre inamovible, inquebrantable de profundas convicciones políticas y artísticas. De cabellera banca como la nieve, de una voz tan ronca, sincera, feroz como la de un volcán en erupción, una caverna insondable, de la que brotan sólidas frases expandidas por el aire en vibración perpetua, que hace temblar el alma con esa profunda veracidad.
Él camina, como ese tronco sólido, lo recuerdo bien. Hace muchos años, miré su monólogo en la Casa de la Cultura de Quito. A la salida del teatro en una mesita cobijada de mantel blanco estaban sus libros de dramaturgia y teoría teatral disponible para los interesados. Ese día en el escenario, llevaba, un suéter de cuello abierto, de un celeste claro, un pantalón de una tonalidad entre crema y blanco fue hace muchos años. Salía a las tablas e iniciaba la obra vestido del cotidiano, confundiendo al espectador, era él o el personaje, que iba a narrarnos la historia, acompañado de un único elemento de escenografía, un largo sillón, sosteniendo la escena, como solo los  grandes actores, lo pueden hacer, a través del cuerpo y la palabra. Sin impostaciones de voz, esa fuerza y gravedad eran  propias de su naturaleza avasallante, podría arremeter con profundidad, el cuerpo y el alma de cualquier espectador.
Para mí, significaba conocer, descubrir otras realidades expresivas y artísticas fuera mi contexto, escuchar otras voces, otras formas de construir el arte escénico, otras experiencias.
Él tenía esa habilidad tan particular de hacerte levitar en la melodía de la vida, y  llevarte al otro extremo del acantilado, de un momento a otro, con la fuerza de sus palabras, hasta develar las  profundidades de una caverna eterna, crepitante, donde las gotas se desprenden de la superficie de los peñascos, anidadas de la tierra y cuyo centro acoge, el agua como simple revelación de grandes misterios.
El camino de la vida, nos regala grandes encuentros y cuando se da el cruce con grandes maestros, éstos son inigualables; a veces, no necesitas estar tan cerca, a veces mirarlos en la escena es suficiente para explicar lo inexplicable. Simplemente, al observarlos, por escasos minutos, te hacen entender, percibir con claridad, esas huellas profundas, de esa interioridad construida a pulso en las tablas. Mirar, como al deslizarse o caminar, con esa profunda mirada, la que se construye con un gran equipaje a cuestas, colmado de enormes vivencias y extenuado trabajo, percibirlo como ese árbol gigante, inamovible de gran nobleza que nos cobija con suave belleza.
De cuya cantera brota la belleza espontánea de la vida, de esa profunda voz, que cautiva hasta al espectador más despistado y reticente.
Percibir sus pasos, huellas marcadas de la experiencia. En su cuerpo se graban cicatrices perpetuas de los pies a la cabeza, de nieve cabellera, enormes pupilas encendidas, rostro alargado, de esas manos gruesas, de movimientos, que definen, esa intensidad, esas nobles cicatrices de sabiduría, mirarlo era percibir la huella del tránsito, de esa alma profunda llena de puertas, sin acomodarse, clamando una justa constante frente a las injusticias.  Con ese, profundo conocimiento sobre la sicología humana, la de haber transitado un exilio, de haberse escabullido de los verdugos opresores por sus obras y sus textos.
De ese hombre, que aprende con sabiduría de los niños y crear una pedagogía y técnica teatral, el  psicodrama, de haber escrito tantos libros posibles, de haber actuado tantas veces y dirigido otras tantas.
Ante quien, los entrevistadores tiemblan un poco y  se descolocan frente al  profundo respeto de su sola presencia. Eduardo Pavlovsky incansable e inagotable, con esa fuerza brutal de una voluntad forjada en hierro,  de una tremenda agudeza mental, esa que moviliza, el alma a seguir actuando a sus 81 años de edad en “Asuntos Pendientes” en el Centro Cultural de Cooperación  Floreal Gorini este año junto a Susy Evans, Paula Marrón, Eduardo Misch bajo la dirección de Elvira Onetto. Siendo, consecuente su vida entera con el Teatro, habitando en escenarios, con una energía en movimiento de intensidad única, auténtica, propia y verdadera de la entrega de ese cuerpo en escena. Cada poro respira, la palabra correcta, la palabra precisa, cada palabra palpita en el alma, cuando la poética se completa con esa presencia tangible del cuerpo en el escenario. De ese, entramado y profunda conexión de él para con el TEATRO.

En Buenos Aires, a principios de año presentó su libro Asuntos pendientes, lo miré en un video on line, ahí decía, que su material era un reflejo de lo pendiente, a explorar en el espacio creativo, lo que le faltaba. La dramaturgia de sus obras, parten de una idea, de pequeños susurros, los cuales se van armando, creando el material, comparado al pintor, que va dando forma a su cuadro, él muy atento a la escucha de esos misteriosos susurros, que se presentan al momento de escribir sin definición previa de sus personajes, el compara al coágulo de la distancia de sus teorías. 
Decía, que el autor, no debía perder, su sentido crítico en la creación, su postura política estaba claramente definida. El proceso artístico como acto de desnudar, ciertas sombras injustas, las que en realidad, no se perciben tan directamente.

Esa admiración para con la extrema firmeza, para lo que decidieron hacer de sus vidas, la búsqueda de las huellas de las profundidades, más aun soslayando con preguntas vivas, que contribuyen en estos tiempos…No se abandonaron nunca, no abandonaron lo que hicieron, ni lo que decidieron hacer con su vida profesional, muy firmes hasta el último hálito de vida por esos son nuestros héroes vivientes. Nuestra memoria vibra con sus huellas, nos construye en el presente, algunas huellas se alejan en cauces de ríos de movimientos de gran  fluidez.

Tuve, la enorme suerte de escucharlo y mirarlo en el 2011 en Buenos Aires, él estaba vestido de un traje muy elegante, color crema, junto a otras grandes figuras del teatro argentino, en la IX Feria del libro teatral en Buenos Aires, en el lanzamiento del libro La Puesta en escena del Teatro Argentino del Bicentario, con un prólogo de Olga Consentino publicado por el Fondo Nacional de la Artes, tres generaciones de artistas sentados en una mesa alargada que parecía un cuadro de La Última Cena, junto a Juan Carlos Gené, Mauricio Kartun, Ricardo Bartís, Javier Daulte, de los que recuerdo haberlos escuchado. Un bello libro, lo llevo conmigo con preciosas fotografías, textos escritos por diferentes  autores, en diez  capítulos reflexionando sobre los procesos creativos, inicia con Viente temas de reflexión del teatro bajo la pluma de Juan Carlos Gené, el segundo capítulo Devenires, grupos minoritarios y estares moleculares en mi teatro de Eduardo Pavlosky y las  intervenciones de Tito Erguza, Mauricio Kartun, Ricardo Bartis, Héctos Calmet, Javier Daulte, Norma Adriana Scheinin, Rafael Spregelburd y Julia Elena Sagaseta compartiendo sus diferentes saberes artísticos.
Me conecto, con ese infinito dolor de las partidas…Cuando abren esa puerta y se marchan por ella grandes seres, esa que tememos y esquivamos cada día en el  camino. Estas otras ausencias de amigos, jóvenes bailarines, me matan un poco, en un tiempo tan acelerado es difícil digerir los acontecimientos, una deseará anestesiarse frente a estos dolores, explicar mejor las pérdidas y las ausencias, de esas inexplicables partidas, en tiempos, donde proliferan las imágenes y las noticias pasan en una carrera desalmada de un auto de carreras de alta velocidad sin posibilidad a un Stop, con tremendos choques simultáneos.
Me cuesta, este puto silencio…Derramar charquitos  de lágrimas vivas, sentir el estremecimiento del alma, estrujar los suspiros, aceptar la crudeza y la manifestación de la realidad, la que se presenta en estas situaciones, como una piedra en el camino, la cual intentas esquivar y tropiezas inexplicablemente un día. Ahora, los dolores habitan en las profundas huellas del alma. En nuestra memoria caminan grandes seres, en tanto no los olvidemos…La presencia es perpetua, la de los grandes maestros, que construyeron, la vida teatral, como posibilidad de liberación, crítica  y libertad. En un ferviente anhelo de humanidad y justicia…
Con esa necesidad brutal, que las lágrimas afloren para llenar el vaso de los estremecimientos del alma en suspiros catárticos, que suspenden esas ausencia de delgados y crepitantes hilos...
Llenando ríos, mares, océanos, en los cuales, las almas nobles habitaran en el cielo.
Ahora estará atravesando el TODO, el aire del Universo hasta las estrellas, cuando estiremos la mano para sentir el viento, sabremos que en átomos luminosos se posaran en esferas brillantes, posaran sus almas ausentes con caricias sobre nuestras manos, vibrando siempre con nosotros, elevando el alma, cuando leamos sus palabras escritas o  bajemos de sus árbol los frutos más maduros, o recojamos las marcas dibujadas en la arena, ahí brillarán eternamente. En un soplo se diluyen para volverse, a dibujar en otra playa, en otro espacio, posándose en otras almas sedientas, apareciendo, ante la mirada, de quien necesita escuchar sus sabias palabras, transmitiendo generosamente, el conocimiento y las inquietudes, despiertas, como refugio perenne, como el alivio de un abrazo, escuchando esa gruesa  voz como  huella infinita en el cuerpo, de quien la habita. El aire se llenará de nobles palabras, con las cuales, una sentirá la necesidad de estirar las manos y recogerlas, descolgándolas ligeras de esos árboles frondosos, invisibles, flotantes, perennes de sabiduría.
Nos dejan tan generosamente, las huellas más sinceras, las más ardientes, las más nobles y las más pertinentes. Las que, una necesita escuchar en un viaje de ida y vuelta. En el retorno continuo, que la vida nos regala con grandes maestros eternos sobre la construcción de realidades posibles, los sueños de utopías tangibles.
Esas cicatrices dolorosas, marcadas por las indefinibles bellas ausencias
de lo querido, amado, valorado y apreciado...
Gracias por compartir, lo más noble que puede dar al otro, los sentimientos propios, el corazón, la razón y pensamiento crítico en una escena teatral….
Gracias, por esa posibilidad de generar, sueños colectivos con la posibilidad de habitar en ese mundo imaginario y posible del TEATRO…
Gracias maestro Pavlovsky…
Gracias por dejar en las tablas el sudor del esfuerzo,
la entrega en un oficio convertido en PERPETUA POESÍA.
Dejarnos sentir, el juego, el fuego y belleza
de un infante maduro y consecuente….
Gracias, maestro Eduardo Pavlovsky, 
Gracias, a mis amigos ausentes de la ciudad de Quito. 
Gracias por dejarnos y marcanos profundas huellas colectivas en nuestra memoria 
de esa entrega gentil, brutal y feroz y valorar infinitamente
su presencia en nuestras vidas...