sábado, 24 de noviembre de 2012

“La llamada”



 “La llamada”  ópera prima dirigida del guayaquileño David Nieto Wenzell.

Quito, 25 de octubre del 2012

Hace varias semanas llegué de Buenos Aires a Quito. Siendo tan cinéfila, intento no perderme las novedades en cartelera. Me da alegría descubrir dos estrenos cinematográficos ecuatorianos de jóvenes realizadores en la cartelera este mes: “Sin Otoño y sin Primavera” de Iván Mora Manzano  y “La llamada” de David Nieto. Un acontecimiento bastante extraño en la ciudad. En otros tiempos,  esto sería casi imposible. Hoy un acierto que refleja un crecimiento importante de la cinematografía nacional y el desarrollo de la escritura. David Nieto realizó previamente algunos cortometrajes: “8”, “Sinfonía # 4”, “ No Tan Distintos” y “Gluk” video experimental. Ahora  “La llamada” su ópera prima, película que transcurre en un solo día. Aurora, la protagonista, una madre profesional que enfrenta situaciones conflictivas de su hogar y trabajo. Ese día, la situación familiar requiere una atención particular, su hijo Nico de 14 años fue expulsado del Colegio en el último día de clase. Esta situación preocupa y angustia a Aurora, que se ve obligada a dividirse en dos mundos, el de su hogar y el laboral. En el primero se mezclan sus afectos personales hacia su hijo, hermana, madre y ex marido, versus el segundo;  las relaciones laborales demandantes, amistad y cariño hacia una joven madre compañera de su trabajo. En un sistema social que exige la separación de lo laboral-personal, como si no existieran otras necesidades. Aurora se vuelve una especie de heroína, asume la responsabilidad de su hogar y trabajo, sin miramientos, entrega absoluta y abandono de su vida privada (relación de pareja, luego de su divorcio) en un continuo sobreesfuerzo por resolver las situaciones que demanda su trabajo. Dónde la frase No tengo tiempo es una constante en momentos acelerados. Velocidad que impide la permanencia y comunicación necesaria con el otro, por períodos más prolongados de tiempo, relegando a un segundo plano la comunicación por el simple hecho de hablar sin objtivo alguno.
En el tratamiento del guión se desarrollan dos espacios con diferentes ritmos y planteamiento de las escenas. El primero, el Colegio dónde Nicolás Dávila transita esperando a que llegue su Madre. Una espera aletargada, solitaria, penosa mata el tiempo por los recovecos del Colegio, sin mucho sentido más que el de la angustiosa espera, las horas se alargan sin el  bullicio de sus compañeros y demás  estudiantes del plantel. Nicolás comparte con personas, que conoce poco pero que alivian el peso de un espacio represivo en donde prima el principio de autoridad, donde conviven relaciones compatibles e incompatibles entre la edad de los adolescentes y adultos, comunicación atormentada y por otros fluida. El mejor amigo de Nicolás es el portero del plantel con quién inicia una pequeña amistad, un pequeño refugio del cual agarrarse.

Por el otro, la calle, muestra el movimiento acelerado de la ciudad. Esa sensación la vivimos a través de Anahí Hoeneisen como Aurora, que se moviliza a pie, taxi o auto a un ritmo acelerado. Una heroína intenta solucionar y resolver las situaciones, que se le presentan en el camino: un hijo amoroso desatendido, una joven madre con su bebé en el trabajo de asistencia, una jefa muy exigente, un ex marido ausente, una madre muy mayor necesitada de afecto y la presencia de sus hijas, una hermana desorientada, un perro recién castrado al que hay que recoger, un policía que le pide coima para liberar el auto.

Anahí intenta resolver las situaciones a través del teléfono y varia los estados emocionales en los llamados que recibe y hace a lo largo de la trama; el contacto permanente a través de un celular con conversaciones aceleradas y límite de tiempo. En el tránsito de su viaje se encuentra con desconocidos: un chico medio loco comparte su teoría sobre el huevo que se cocina si está en el medio de dos celulares, analogía de un cerebro cocinado por tanta tecnología; la  idea surge al mirar los dos celulares que sostiene Aurora en sus manos esperando un arte en una agencia de publicidad, la mala costumbre de pedir coimas por un auto mal estacionado y resolver esta situación en  apuros, un amigo taxista hippie con buen sentido del humor, una despistada y poco amable recepcionista.

Destacar algunas escenas, Anahí reclama las obligaciones para con su hijo a su ex marido escribiendo un mensaje con lápiz labial en la puerta de vidrio de su oficina frente al personal de trabajo. El moento que olvida el arte final sobre la superficie del automóvil.  En la fotografía conmueven las escenas que captura Daniel Andrade: la fuga del colegio por parte de Nicolás y cuando él se desliza en el agua jabonosa que baldea el portero por los pasillos del colegio.

Un mal día termina bien… Cuando finalmente Aurora se encuentra con su hijo, desconecta el celular desatiende los llamada y disfruta de su compañía libremente y sin presiones de ningún tipo.

No está demás decir que hay que ir a ver las novedades del cine nacional. Y ver reflejada en la imagen las particularidades de nuestra sociedad tan Quiteña…

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