viernes, 6 de noviembre de 2015

PARA NO CAER EN LA TRAMPA...

Foto de la web película la Trampa. 


Hoy se estrena la película la Trampa, ópera prima de Carlos Alberto Poe  en varias salas de cines de la ciudad de Quito.  Ahí salgo, unos segunditos, haciendo el papel de mujer marginal alcohólica, una pésima madre. Desconocía, el guion de la película, me convocaron para dos escenas cortitas. En general, suelo disfrutar cuando alguien tiene algún proyecto de filmación a la mano. Me encantaría estar filmando de forma continua y permanente ¿A quién no?  Personalmente, me parece muy  divertido.
Los que me conocen, saben que soy entregada a los personajes, una ferviente apasionada del cine independiente, sobretodo del de autor. Una  se sueña transitando tantas historias
y vivenciando nuevas experiencias de ficciones con directores. Sería genial. En mí, transita el recuerdo difuso, potente sobre la grabación de la escena en los pilares exteriores del Teatro Sucre.  En estas experiencias, una se entretiene actuando, asumiendo el papel, de una persona que no es, vivenciando otros universos posibles, a manera de efímero tránsito, luego regresa a su realidad propia. 

Una excusa, tal vez para revelar la realidad y su violencia, cuando las personas se alcoholizan desmedidamente y agreden verbalmente o físicamente a los demás y  se pasa del festejo a la tragedia en un solo instante. La gente se maltrata en  grescas callejeras,
en los hogares, sin ningún sentido. Esto era, más visible en la plaza Foch, Santo Domingo, la 24 de mayo, en cualquier barrio, sobretodo en fiestas de Quito, a fin de año, los viernes y fines de semana. Si caminabas, por la plaza Foch o en los barrios podía mirar a jóvenes, que amanecían dormidos, inconscientes sin zapatos, sin calcetines, sin chompas, semi desnudos sobre las veredas.


En el campo de la actuación, aprendimos en el laboratorio a entrar y salir de los personajes, de las escenas, sin juzgarlos, sino tratando de conocerlos y habitar en la coherencia o sentido, que pudieran develar sus acciones. Este es un proceso, se va adiestrando con el tiempo y con las experiencias y procesos transitados.
 Así que ese día, con zapatos de taco viejos, de esos que uno encuentra en desuso a mitad de precio en el centro, con medias blancas de lana de las de uniforme de colegio, con una falda de flores de color verde, con un saco re viejo y descolorido, con polvo en mi cabello, y embarrada de tintura negra el rostro, transito en las calles del centro con esos tacones extraños, muy desaliñada. Lista para atravesar el umbral y conectarme con la vida del personaje.
E
n los rodajes, no hay mucho tiempo de preparación en escena, una debe anticiparse prevenir o conectarse previamente con el personaje. Lo hice, recuerdo que sentí mucho dolor y habite en el enorme resentimiento del personaje, de ese camino tortuoso, dónde la marginalidad está  ligada a la violencia, cuando los seres pierden la voluntad por luchar en la vida, y caen en lugares sombríos, de dependencia y adicciones, causando daño a las personas de su entorno inmediato. Recordar a  esas mujeres alcohólicas, que comienzan a quejarse de la vida, sin que nadie entienda sus palabras con agravios inconclusos y repetidos, con palabras deformadas en insultos gratuitos, batidos al viento sin sentido, y desde su mirada hay una lógica coherente de lo que vive y dice, no así para la víctima gratuita de ese estallido de violencia.


Me tocaba encarnar por segundos, a esa mujer apresada por la bebida, la falta de voluntad, agresiva y desprolija, la vida para ella había perdido sentido, su refugio era la botella, el alcohol.  Ese día, el director y el fotógrafo Diego Vélez se colocaron en un piso alto del edificio del frente de la plaza del teatro. Las indicaciones llegaban a mí, por las palabras del asistente de dirección a través de su walkie talkie. Él se comunicaba inmediatamente con el director. Primero fue la grabación de un plano picado general desde las alturas del edificio de enfrente, luego uno americano desde la planta baja.  

En esa escena, tenía que darle con el periódico a mi hijo, soy una madre desnaturalizada, que fuerza a su hijo a trabajar a temprana edad a vender caramelos, dulces en un cajoncito de madera, y le obliga a entregarle las monedas para más botellas de alcohol. En ese momento tenía, que darme  golpecitos  en las palmas de la mano con el periódico, fingir los periodicazos en el aire,  resguardar a Antonio del maltrato, sin que se asustará, pues en aquel entonces era un niño mas chico. 

Mi cuerpo transitó, esa energía del dolor, del desamparo, el sufrimiento de  la marginación de la pobreza, agarrada de una botella de trópico seco con bebida y sin etiqueta siendo esa mujer alcohólica, maltratadora, desprolija. Al realizar, los movimientos, existía cierto pudor en mí, justo cuando llegaba, el instante del periodicazo. Una señora pasaba por ahí, me gritó para defender al niño, me decía: ¿Cómo era posible que me atreviera a pegarlo? Era medio día en plena plaza central. Ella  estaba indignada y justamente claro, al encontrarse con una madre maltratadora. Y yo entregada a la escena, cruzando los dedos para que no se acercarse más, sin embargo, lo hizo. Los del equipo estaban muy arriba en el edificio y la persona más próxima a mí estaba un poco lejos.
Seguía, la escena la señora se acercaba más, indignada aún más, me gritaba, me era imposible detenerla, darle explicaciones sobre la filmación o sobre el  periódico.


Finalmente, para rematar la historia, un policía de la plaza se me acercó, a pedirme explicaciones y obvio prohibiéndome beber diciéndome: ¡En esta plaza está prohibido tomar alcohol, señora! Bueno, lo gracioso era que nadie dudaba de mi personaje,
mi marginalidad, el alcoholismo.

Estaba tremendamente sorprendida, de que esa ficción iniciará el transitó o paso hacia
lo  real, con esas situaciones impredecibles, que acompañaban la escena. No soltaba el personaje, para darle explicaciones o respuestas a la policía o a la señora. Finalmente llegaron los del equipo, a aclarar la situación. Se había cortado la escena, todos reímos, grabamos nuevamente con el desplazamiento, movimientos marcados luego del acción y con la previsiones del caso.
Luego, el equipo bajó con la cámara,  se ubicaron en medio de la plaza del Teatro,
todo era más sencillo; y habían algunos transeúntes alrededor, los que se detenían
a preguntar, de qué se trataba la filmación, algunos me felicitaron cuando finalizó y personalmente disfrutaba mucho de la aventura de la escena.

La gente en ese espacio está acostumbrada a observar los diferentes espectáculos en vivo y se quedan alrededor mirando formando círculos. Lo que, menos quería era llamar la atención, la verdad fue inevitable con los imprevistos, la gran afluencia en la zona
y el tránsito permanente.
Sonreía muy feliz, al salir de mi personaje, había sentido una conexión muy fluida,
con esas imágenes marcadas en mí de lo que había observado de la realidad de las calles quiteñas. 

En otra escena, mi mujer marginal termina vomitando el último hálito de su alma, envenenada en espuma blanca, que salía de su boca sobre un colchón viejo, en un ambiente empapelado de viejos periódicos adosados a la pared.
Transitaba esforzadamente esos instantes, por suerte mis amigos estaban cerca, la Agus y el Diego. Así que tomaba agua y mezclaba en la boca con pastilla efervescente para dar ese efecto fantasmagórico y espumoso del vómito, casi no se ve mucho de esta escena en la peli.  

En la historia formo parte de los recuerdos traumáticos de mi hijo, que se drogaba con cemento de contacto a tempranas  edades, viviendo el desamparo, alivianando sus dolores.  Antonio arrastra el sentimiento de una  madre desprovista de ternura, negado del amor y el afecto; a cambio de recibir esas miseria del desamparo y la violencia, desprotegiéndolo en esa etapa de vida, en la cual los niños necesitan la presencia de su madre como un vínculo perpetúo de amor y solidaridad de las formas más saludables de transitar la vida
y liberando esa represión en una bella voz del personaje ya adulto.


Esta experiencia fue una excusa para sumergirse en segundos en esas realidades de familias que viven en la violencia, dónde los niños trabajan a temprana edad, viven el maltrato diario, convirtiéndose luego en adultos maltratadores o en pocos casos con más suerte, siendo niños, que  buscan fortalecer su luz propia, luchando con valentía su propia subsistencia, y olvidando el pasado, ese cúmulo de duras cicatrices, de las cuales debe ser  difícil  de sanarse. 

Una especie de reflejo distorsionado y negativo de una madre maltratadora, que cae
sobre el futuro de su hijo como llagas del dolor ensangrentado del maltrato.
Cuantas veces, no hemos visto a madres violentas agrediendo a sus hijos en las calles del centro, en el trolebús, o tantos niños vendiendo caramelos; u otros tantos respirando cemento de contacto en bolsas de papel o plástico, en las calles, en los colectivos, ahora son menos, pero siguen habitando en ese mundo doloroso de la marginalidad, la pobreza, expuestos a la violencia, sin derecho al juego, sin privilegios de ningún tipo,
sin juguetes, sin comidas normales, sin afectos normales. 

No se olviden que la película se estrena hoy.
Fue un lindo día, el del preestreno, encontrase con amigos, conocer a otros actores, y compartir gratos momentos. Estas vivencias ficionales se volvieron segunditos en pantalla, pequeñas anécdotas para contar.  


No les cuento, la historia de la peli….Transita y reflexiona entorno a  la violencia, el poder ejercido dentro de las Instituciones educativas. 
PARA NO CAER, EN NINGUNA TRAMPA DE LA VIOLENCIA…




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